domingo, 13 de septiembre de 2009

Fly me to the moon

No dejo de sorprenderme. El 747 es un avión grande. Ya sea parado a su lado, o visto desde la puerta de embarque, o subido en él. Es grande, punto. Una vez arriba uno se olvidaría de que está volando, si no fuera por el permanente ruido sordo de los motores y las (muy raras en este viaje) turbulencias. Y entonces, a la noche, mirando por la ventana, aparece la luna. Por un momento hay algo raro en ella, algo que no cuadra del todo. Y entonces te das cuenta: está abajo. En la oscuridad y sin un punto de referencia de un ala o un horizonte en penumbras, esa luna ilusoriamente pequeña que desde siempre hemos aprendido a asociar a una posición alta en el cielo, está abajo. Y tú viajas hacia ella, la única luz en ese mar de negrura.

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